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Cuando las calles eran de tierra nos manchábamos los zapatos y los coches salpicaban el barro en los días de lluvia. Las porteras echaban el agua de los cubos afuera dejando en el aire una mezcla de olor a orín con friegasuelos. Pero a veces, solo a veces, la lluvia cambiaba el color de nuestra calle y dejaba un aroma penetrante a tierra mojada.

Cuando las calles eran de tierra barríamos nuestro trozo de calle y el espacio libre no era público sino nuestro y colectivo. Los bancos eran las sillas de casa que, por la tarde, sacábamos a la puerta para tomar la fresca.

Cuando las calles eran de tierra los árboles no crecían en un alcorque canijo, sus raíces se extendían libres y horizontalmente y sus copas, frondosas, daban sombra en verano. Los niños no jugaban en parques infantiles convenientemente vallados y los chicles no dejaban ese rastro negro, oscuro, pegado, sobre el adoquín.

Cuando las calles eran de tierra no hacía falta calcular la escorrentía de las ciudades y la lluvia, a la vista de todos, se entretenía en acequias, cunetas y charcos. Las ramblas eran ramblas y el agua bajaba libre, incluso lenta a veces, por su cauce.

Cuando las calles eran de tierra la ciudad no era impermeable, no era una caja gris y estanca en la que esconder el agua para que vaya rápida, muy rápida a otros lugares, para llegar sucia y violenta a espacios lejanos y distantes.

Cuando las calles eran de tierra no hacía falta reducir el riesgo de inundación aguas abajo, ni era preciso reproducir el drenaje natural del paisaje. El verde se colaba en la ciudad y florecía, a veces, sin plantarlo.

Cuando las calles eran de tierra los caminos entre poblaciones también lo eran y los árboles fijaban el firme a lado y lado, mitigando la erosión producida por las llantas de carros y carruajes.

Cuando las calles eran de tierra no se hablaba de corredores verdes, ni de espacios naturales desconectados. Los márgenes de las carreteras, sin embargo, eran ricas mezclas de especies silvestres por las que circulaba, protegido, un elenco variado de animales y semillas.

Pero hoy las calles no son de tierra y hay que hablar de pavimentos permeables, hay que introducir, sin demora, sistemas urbanos de drenaje sostenible (SUDS). Hoy el hormigón puede ser drenante, los aparcamientos más verdes, los adoquines filtrantes, los parques inundables y las plazas porosas.

Porque hoy las calles no son de tierra… arquitectos, urbanistas, técnicos, alcaldes
¡Dejad que la tierra se empape!

 

Artículo de LeA atelier publicado originalmente en el Foro de Relatos Cortos de la Semana de la Arquitectura 2018. Colegio Oficial de Arquitectos de Lanzarote.